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Una Campanilla llamada Ale

El universo de Ale

El universo de Ale Todo empezó en Julio de 2002 cuando estaba placidamente sentado a la orilla del mar con mi hija una tarde de verano. La observaba tiernamente y con curiosidad, imagino que en el mismo estado de gracia que alguno de ustedes habrá tenido la oportunidad de experimentar al ver como unos cachorrillos se lanzan, sin ningún temor, a jugar con la vida. Lo cierto es que estaba, como digo, ensimismado contemplándola, viendo como saltaba las olas, como les tiraba puñados de arena, como corría para que éstas no la alcanzasen, cuando de repente salio gritando despavorida, como si ya supiese quién es Yola Berrocal, o como si hubiese visto en-te-ri-to, de principio a fin (con anuncios incluidos), una edición de Noche de fiesta cualquier sábado de estos. Viene corriendo hacia mí, me coge de la mano, me levanta de la arena y me lleva hacia la orilla sin cansarse de repetir una y otra vez: “¡Papá en el mar hay árboles!, ¡papá en el mar hay árboles!”.

¿Papá en el mar hay árboles? -me pregunté. No me lo podía creer pero: ¿y si era verdad?, ¿me lo iba a perder?. Además como la gente cada vez es más guarra y tira cosas muy raras al mar... Si yo un día, navegando en el Carpe diem, había visto una mujer* desnuda, medio decapitada y sin una pierna, a la deriva, ¿por qué mi hija no iba a ver árboles en la orilla?.

Cuando llegué y vi lo que a mi hija había confundido con árboles me estiré y me puse de puntillas para lograr estar a su altura. La abracé, le di un beso y sonriendo le dije: ¡Sí, sí Ale, son árboles y mira allí hay otro, y otro, y otro allí!. Al menos en aquella ocasión, mi hija, orgullosa porque por primera vez había podido enseñar a su padre algo que él no sabía, no me preguntó por qué había árboles que venían a morir a la orilla de nuestra playa.

Reconozco que lo que el cuerpo me pidió en aquel momento fue decirlele: “No son árboles eso que veis, amiga Alejandra, son gigantes y aquello que vos decís que son ramas no son mas que sus largos brazos que quieren cogeros”. Pero me pareció complicado entonces, preferí callarlo, mejor contárselo por aquí como hago hoy para que un día pueda leerlo. Aquel día me di cuenta que mi hija empezaba a construir su propio universo. Que ella sería un gran planeta, que tendría estrellas y luna. Que los hombres la descubrían un día, y querrían subir para conocerla, para explorarla. Y que en su universo a mi me gustaría ser su sol, para darle calor cuando lo necesitase, para darle luz cuando me la pidiese. Sol de su universo, sí, y no apagarme nunca.

Papá

*nota: La mujer desnuda en cuestión era una muñeca hinchable que algún depravado había arrojado al mar. A fe de ser sinceros, lo que quedaba de ella.

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