ULTIMOS AÑOS CON MARSÉ


Y nada más cierto, oigan. Que de tontos y pedantes Marsé sabe un rato largo. A estas alturas nadie discute ya su talla literaria, ni el peso decisivo que su obra tiene en la literatura española contemporánea -mis favoritas son últimas tardes con Teresa, Si te dicen que caí, Un día volveré, La oscura historia de la prima Montse y el cuento Teniente Bravo-. Pero no siempre fue así. En las hemerotecas hay pruebas clamorosas del ninguneo al que lo sometieron, en su día, los mandarines de la alta literatura y las bellas letras. Pero, claro. En otro tiempo comunista -del Pecé francés de Francia, ojo, un sitio serio- incómodo para los pijos de la alta burguesía catalana y las chochitos locos que jugaban a ser izquierda de barra de bar, Marsé tuvo y tiene, encima, el descaro de escribir en español y de seguir ejerciendo de mosca cojonera para el nacionalismo pujolista, sus epígonos y derivados; que, en la obsesión por tener a toda costa un Nobel que escriba en catalán, llevan años promocionando a un paniaguado mediocre llamado Baltasar Porcel. Que no tiene nada que decir, y a quien, además, nadie hace ni puñetero caso.
Lo cierto es que Marsé dejó atrás hace tiempo la linea de sombra a partir de la cual la envidia y la mala fe ajenas dejan de hacer daño a un novelista, sometido ya al juicio inapelable de sus lectores. Por eso llama tanto la atención que los presuntos responsables culturales de la ciudad donde vive -una ciudad que siempre hizo de la cultura su emblema- miren hacia otro lado en momentos como éste. Y claro. Te preguntas si saben lo que tienen. O si lo merecen. Me refiero al lujo de decir a los jóvenes estudiantes: mirad, en esta calle, en esa casa, vive Juan Marsé. Un escritor grande con quien todavía se puede hablar, porque está vivo. Pero no. Esperan, como siempre, a que palme. Entonces se volcarán en incienso al novelista ausente e imprescindible. Gran pérdida, etcétera. Lo que ignoran esos oportunistas es que Marsé y yo hemos discutido ya el asunto, entre uno y otro vaso de vino. Si le sobrevivo -aunque nunca se sabe- he prometido escribir un largo y detallado artículo, aquí o en donde toque. Se titulará: A buenas horas, hijos de la gran puta.
El Semanal 23 de noviembre
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