LA FOTO DE LA ZORRIMODEL
Pensaba en eso el otro día, mirando una foto de una revista donde aparecía, muy suelta y en un pase de modelos, una guarra profesional,

Total. Que en la foto salía la pájara en cuestión desfilando por una pasarela en plan topmodel que te cagas, oye, tía, con ese garbo y esa gracia natural que tienen nuestras pedorras autóctonas, pisando fuerte y segura de sí, con un modelo de Faemino y Cansado, me parece que era, o de Américo y Vespucci, o algo por el estilo -uno de esos modistos italianos, creo, que luego resultan que son dos y de Palencia-. El caso es que, en la foto, la topmodel de las narices estaba puesta tal que así, vamos, con los flashes de los fotógrafos y tal; y alrededor de ella, mirándola embobado, el público. Y a eso voy. Porque era un público femenino, no en plan pijolandio sino compuesto por señoras de cierta edad, vamos, presuntas respetables manijas y algunas marilolis ajenas al ambiente tope fashion; sin duda un viaje en autobús a la capital o algo así, por la tarde a Torrespaña a hacer de público, por la noche pase de modelos cure. Supongo. El caso es que allí estaban en la foto, todas esas pavas a dos palmos de la zorrimodel; y lo que me puso la piel de gallina fueron sus expresiones: sus caras irradiando envidia, admiración, felicidad. Se lo juro a ustedes por mis muertos: parecían mi madre en Semana Santa, viendo pasar el trono de la Virgen. Aquellas respetables matronas y sus hijas ejemplares, actuales y futuros pilares de la sociedad española, con sus permanentes de peluquería de toda la vida y su honesta ropa comprada en los almacenes Tal, miraban a la chocholoco de la pasarela transfiguradas de gozo y ternura, como si ésta encarnara -y me juego lo que se tercie a que así era- sus sueños más recónditos y húmedos. Sus ambiciones. Caminar con tacón alto por una pasarela, ser objeto de flashes, salir en la tele. Ser portada del Pronto y del Qué me Dices y qué me Cuentas. Guau. En una palabra: triunfar.
Y es que ahí está el punto, supongo. En esas caras significativas de la foto. En esos culos hechos agua de limón. Porque tiene delito. Nos pasamos la vida protestando en la plaza, en la peluquería, sobre hay que ver esto y lo otro, vecina. Adónde vamos a parar. Y luego nos pegamos a la tele como lapas, cloqueando cual gallinas en celo, babeando de gusto cuando vemos en carne mortal a una zorra de papel caché, ay, bonita, cómo te admiro, un beso, muá, muá, un autógrafo, deja que nos hagamos una foto contigo. Las tordas de la foto son las mismas madres que luego disfrazan a sus niños de Rickismartin y de Madonnitas repelentes y los mandan a los concursos de la tele, a que canten, a que bailen, a que consigan los catres aplausos y la fama que, en el fondo, siempre anhelaron ellas. Esas marujas en éxtasis, admirando aleladas a una vulgar pedorra, son un símbolo perfecto de lo que tenemos y de lo que merecemos tener. Por casposos. Por imbéciles.
El Semanal 1 de febrero
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