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Una Campanilla llamada Ale

El último tango de Rodolfo

El último tango de Rodolfo Disfruté cuando contaba con veinte años de la amistad de un juez argentino que era coleccionista de pistolas, un tipo muy singular sin duda. Aquel hombre era el ser más pacífico que he conocido en mi vida, hacía años que era vegetariano y en su casa las moscas las mataban sus hijos. Por su puesto nunca se le había pasado por la cabeza tirar (perdón por la redundancia) de la colección para solucionar los “pequeños detalles” de la vida cotidiana. Compartió conmigo una gran verdad, que no era sólo aplicable a las armas que coleccionaba: “las pistolas -me dijo, son como las palabras, por naturaleza son neutras, matan depende del uso que hagamos de ellas”. Ya se sabe que todo argentino lleva un sicoanalista dentro y aquel, lo era además por titulación. Luego me enteré también que era médico y que en su larga y curiosa vida profesional había sido juez, forense, masón e investigador –no me atreví a preguntarle nunca de qué- de ahí sus conocimientos en todas estas materias, incluido el de las armas.

Conté con su amistad un par de años, ¿se imaginan la estampa de un joven de veinte años, las tardes de un domingo, sentado en el sofá de una casa delante de un persona que le triplicaba la edad y escuchando unas aventuras increíbles?. Por aquel entonces yo ya no tenía a mis abuelos que fueron quienes alimentaron mi imaginación de pequeño, sobre todo con las historias de la guerra. Aprendí mucho de aquel hombre, me contó cosas de la dictadura argentina que a mí me recordaban a cosas de por aquí, él mismo había tenido que irse del país, lo habían intentado asesinar una noche, me dijo. Tuvo una vida increíble. Estaba casado por segunda vez, su primera mujer la había visto ahogarse en una playa de por allá sin que él pudiese hacer nada por ella, “muy doloroso, muy doloroso” me repetía siempre y aún se emocionaba recordándola. Vivía aquí de rentas, con su segunda esposa que era dentista y sus dos hijos, solitario, aburrido. Era capaz de conducir y mirar un callejero a la vez, ¡se lo juro!, nunca vi cosa igual, tenía el cerebro dividido –me dijo en una ocasión, y podía hacer varias cosas a la vez. Doy fe de ello. Aquel hombre podía haber sido lo que se hubiese propuesto, y hasta que alguien “propuso” por él, sin lugar a dudas lo fue. Era un gran escritor y un mejor contador de historias, había vivido las suficientes como para poder vivir de ellas varias vidas. A mí me esas cosas, ¿qué quieren que les diga? me fascinan y asistía domingo tras domingo a su casa encantado mientras a mis amigos, que se iban de discoteca, lo propio de la edad, les decía que me quedaba en casa estudiando. A mis padres les decía justo al revés, todo solucionado y todos tan contentos.

D. Rodolfo, que así se llamaba aquel argentino que era tantas cosas, me contó muchas más acerca de cómo eran las mujeres y de cómo era el matrimonio con ellas: “casi todas las novias son agradablemente diversas; casi todas las esposas con increíblemente iguales” –me dijo en una ocasión. Tenía un perro que se llamaba Trostky, su amigo, y había desarrollado con muchísimo ingenio un test al que le había puesto el nombre del “Test de Trostky”. Dicho test era una recopilación de citas que hoy podemos encontrar en cualquier Diccionario de Citas pero que hace doce años era más complicado hallarlas y mucho más encontrarlas recopiladas en algún libro. Algunas de aquellas grandes verdades eran reflexiones de él, de quien atesoraba, por experiencia propia sin lugar a dudas, algunas aventuras digamos que “moralmente poco aprobables” eufemísticamente hablando y hablaban sobre la mujer y de los pequeños inconvenientes de unirse a ellas en santo matrimonio.

“Infinidad de canciones loan al amor; ¿cuántas hay referidas al matrimonio?.” Trostky

“Las historias de amor finalizan trágicamente: los enamorados se separan, se mueren, o se casan.” Trostky

D. Rodolfo tenía el hábito de levantarse a las seis de la mañana -domingos incluidos- y desayunaba media hora de tangos para así poder vivir el resto del día placidamente porque –según él, ninguna historia en su vida podía ser peor que las que cantaban aquellos tanguistas.

La ciudad en la que vivo es lo suficientemente grande para perderse y que nadie le encuentre a uno, y lo suficientemente pequeña como para si uno quiere encontrarse con alguien, lo haga, así que un día, hace tiempo, después de muchos años sin saber de él, yo incluso pensaba que se había vuelto a Argentina, lo encontré.
-¡¡D. Rodolfo!!!, ¿sabe que usted tenía mucha razón en cuanto al matrimonio y las mujeres?. Debo confesarle avergonzado que no le hice mucho caso.
-Si le sirve de consuelo, me dijo él, yo tampoco me lo hice.

Hace unas semanas me enteré que D. Rodolfo había decidido partir para la “Argentina que está en los cielos...” probablemente para reunirse con su primera mujer a la que nunca había dejado de amar. “Nunca se olvida la primera: la primera vez, la primera mujer, la primer amante” me dijo en alguna ocasión.

Amigo, nunca olvidaré sus consejos, aunque sea para no hacerle caso, como usted me recomendó. Hoy, mi Cuento de Navidad va por vos boludo, y me pongo su tango preferido en su honor para despedirle.

“Adiós muchachos, compañeros de mi vida,
barra querida de aquellos tiempos;
me toca a mí hoy emprender la retirada,
debo alejarme de mi buena muchachada.

Adiós muchachos, ya me voy y me resigno;
contra el Destino nadie la talla...
Se terminaron para mí todas las farras,
mi cuerpo enfermo no resiste más.

Acuden a mi mente
recuerdos de otros tiempos,
de los bellos momentos
que antaño disfruté
cerquita de mi madre,
santa viejita,
y de mi noviecita
que tanto idolatré.

¿Se acuerdan, que era hermosa,
más bella que una diosa,
y que ebrio yo de amor
le di mi corazón?
¡Mas el Señor, celoso
de sus encantos,
hundiéndome en el llanto
se la llevó!.

Es Dios el juez supremo,
no hay quien se le resista;
ya estoy acostumbrado
su Ley a respetar,
pues mi vida deshizo
con sus mandatos,
llevándose a mi madre
y a mi novia también.

Dos lágrimas sinceras
derramo en mi partida
por la barra querida
que nunca me olvidó;
y al darle a mis amigos
mi adiós postrero,
les doy con toda mi alma
mi bendición.”

1 comentario

Pim-Pam-Pum -

Definitivamente necesitas que te de el aire, o te apolillaras!!!. Por que le pides siempre tanto al amor???.

Amar o haber amado es suficiente
( Ruben Dario)