EL VIEJO AMIGO JACK AUBREY

Les juro a ustedes por mis muertos que hacía mucho tiempo que el cine no me deparaba dos horas de felicidad tan absoluta. He disfrutado como un gorrino en un maizal. Si para un espectador normal, de infantería, la película es una magnífica historia de aventuras navales, para los que pertenecemos a la cofradía de lectores de las novelas de Patrick O'Brian -de quien, por cierto, acaba de publicarse aquí la última de las veinte que componen la serie, Azul en la mesana-, la película interpretada por Russell Crowe, clavado en el papel de capitán Aubrey, es, amén de perfecto estudio psicológico de personajes, una delicia técnica. Y no sólo por las impresionantes secuencias de temporales y batallas, con las astillas volando por cubierta y los palos desplomándose entre el humo y los cañonazos, sino también, y sobre todo, por la exquisita fidelidad de los detalles náuticos: armas, utensilios marineros, cabuyería, manejo de las velas y la jarcia de labor, indumentaria, tatuajes, cicatrices, suciedad de la vida a bordo. Con el lujo extra de que, para la correcta traducción de las palabras marineras en el doblaje -eterno punto flaco del cine del mar-, los distribuidores españoles recurrieron a Miguel Antón, traductor de las últimas novelas de O'Brian: un joven catalán especialista en terminología naval de finales del XVIII. Que, oigan. Está feo que yo lo diga, porque Miguel es amigo mío. Pero el cabrón lo borda.
Sin embargo, aparte el exquisito cuidado de esos detalles, lo que se impone viendo Master and commander-mi único disgusto es que no hayan utilizado el título español: Capitán de mar y guerra-

Luego, claro, uno se entera de que el rodaje de la película costó ciento cuarenta millones de dólares y que tuvo el asesoramiento entusiasta del Almirantazgo británico, desde pormenores de construcción naval, artillería y maniobra hasta fórmulas matemáticas para determinar el tamaño de un ancla. Y claro. Resulta inevitable comparar. ¿Imaginan aquí? ¿Se hacen a la idea de un guión con un diálogo como el que abre este artículo sobre la mesa de un ministro o un político?... En este país de gilipollas, donde no es precisamente asunto histórico lo que falta para el cine, todo cristo se la habría cogido con papel de fumar, no fuera que se ofendiese tal o cual autonomía, o se trataran cosas irritantes para éste o para aquél. Cuidadín. Aquí, cualquier cosa que tenga que ver con la palabra España queda descartada por conflictiva, y a lo más que llegamos es a las películas caspa de Vicente Aranda, con unos cuantos imbéciles calificando Juana la loca o Carmen de obras maestras. Que tiene pelotas. A eso añádanle el compadreo y la poca vergüenza. No quiero imaginar lo que pasaría si en España se destinaran ciento cuarenta kilos de mortadelos a una película. Dos de cada tres productores se embolsarían ciento veinte, y con el resto harían una puñetera mierda.
El Semanal 7 de diciembre
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