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Una Campanilla llamada Ale

El pececito huérfano

El pececito huérfano Nuestro cuento no comienza como todos los cuentos: “Hace mucho, mucho tiempo...” porque nuestro cuento ni si quiera es un cuento, sucedió, es real y comenzó el pasado 25 de diciembre, Navidad.
La noche anterior Papá Noel había dejado en el Carpe diem una pecera con dos peces: Nemo y Dori –se apresuró Ale a llamarlos nada más que los vio. A los pocos días fuimos a comprar otros dos pececitos más, uno se llamaría Cleo porque así se llamaba el pececito de Gepetto y al otro le pedí a Ale que me dejase a mí ponerle el nombre: glub-glub.

Todo iba estupendamente, Ale estaba encantada con sus pececitos, a los que daba de comer y a los que cambiaba el agua todos los días. El domingo pasado después de dejarla con su mamá la pequeña, muy disgustada y llorando, me llamó: ¡papá se morió un pez!. ¡Pero Ale! -exclamé, ¿cómo se va a morir un pez?, los peces no se mueren hija, se escapan de las peceras para ir a buscar el mar.

El otro día, cuando fui a ver a Ale le llevé un pez igual al que se había “muerto” y al dárselo le dije: ¡Míra Ale!, el pez que te faltaba, ¿ves?, se había escapado, vino a mi casa ayer por la noche y me pidió que le llevase al mar pero le dije que tú le estabas buscando y sus amigos le estaban esperando en la pecera.

Cuando Ale vio a su madre lo primero que le dijo fue: ¡mira mamá!, el pez que tú me dijiste que se había morido no se había morido, se escapó, fue a buscar a papá.

Pero mamá dijo que no quería más peces, que me lo llevase. Entonces tú me lo diste con tu manita de cuatro años para que lo cuidase y así poder verlo cada fin de semana que vinieses conmigo. Me explicaste que tenía que darle de comer y que tenía que cambiarle el agua todos los días porque sino se moriría (ya no te acordabas de lo que te había contado :)). Te di un beso y cogí al huerfanito como el enfermo se coge a la vida y me fui corriendo a la estación para no perder el tren. Allí saqué dos billetes, uno para él y otro para mí. Cuando llegó el revisor me preguntó quién era el segundo pasajero y yo le respondí: un sentimiento señor, conmigo viaja un sentimiento. No se preocupe, corte los dos billetes.

Hoy tengo el pececito aquí a mi lado, pegadito a la ventana y a la vela que enciendo como cada noche que les escribo, mirando al mar. Le doy de comer y le cambio el agua tal y como me ha dicho mi hija que hiciese porque eso, aunque Ale aún no lo sepa, me acerca a ella. Algunos días abrazo la pecera como quien intenta poner un brazo sobre el hombro de un pez y me siento a hablar con él mientras las olas se llevan la tarde para que el mar nos traiga la noche. A veces le veo nostálgico y me preocupa que no sea feliz. Tengo pensado, cuando llegue el verano, bajar con Ale y la pecera a la orilla del mar para que ella misma deje irse para siempre a nuestro amigo. Pero antes quiero pedirles un favor, que entre todos pongamos un nombre a nuestro pez porque creo que este pececito, como el blog, ya no es sólo mío y de Ale también lo es de ustedes. Gracias.

3 comentarios

Irenia -

Ternura es lo que se me ocurre porque es lo que casi siempre hallo en este blog, y lo que me ha transmitido el artículo de hoy. Pero, ¿qué tal Norte?

XXXX -

Miminos

Anónimo -

Neruda amigo, llámalo Neruda